No es que uno deje de ser niño, es que cada día se va siendo cada vez más niño. Ese niño de adentro que sufre sin miedo a que lo vean y que hace que las arrugas de las vivencias, sean para no darse tanta importancia, jugar como si ese juego sea el último, entregar. El niño te mira cuando sufres, y sin embargo, te tranquiliza en su silencio. El adulto se llena de palabras para explicar lo que puede y el anciano acalla sus palabras para volver al silencio del inicio. Somos silencio, palabras y sobre todo acción, y las acciones no necesitan palabras, son el silencio hablando.
Y sin embargo, en esa completa compañía de mi mismo, me baño en un manantial. A pesar de lo difícil de callar, me sumerjo en la expresión y ya cada segundo que pongo un poco más de atención a esa brisa curiosa que entra en la inhalación y sale con libertad al exterior, es la irrenunciable experiencia del cambio y movimiento. Es la totalidad en la nada, es vibrar a ojos cerrados, es la presencia hacia adentro que conmueve, conmueve por la oportunidad de sentirla, un segundo, minutos, toda la vida.
En la absoluta sombra y oscuridad, en aquello incierto y fugaz, en ese vestido de perderme sin saber que encontrar, dejo de separar un momento, de separarme y caigo y elevo a la vez, para llegar al punto que hace germinar la vida: sentir.
BeNjO
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